Cogimos un autobús que nos llevó a Inhasoro, población costera frente al norte del archipiélago de Bazaruto. Como la zona no nos motivó mucho y las opciones de hacer algo (léase bucear o hacer un recorrido en falucho) eran escasas y caras, cogimos una chapa para nosotros solos, que nos llevó hasta Vilankulo, frente a la parte sur del mismo archipiélago.
En Vilankulo nos alojamos en el hostal de mochileros Baobab, constatando que ya no estoy para este tipo de alojamientos, a los que sigo yendo porque no tengo presupuesto para los de otro tipo.
Al menos nos dieron una habitación de 8 camas para nosotros solos, pero la reunión periódica de los voluntarios de "Peace Corps" impidió todo intento de dormir placenteramente.
Justo al lado estaba el centro de buceo, con los que fuimos a hacer un recorrido por la isla de Bazaruto, un poco de apnea y una inmersión que supo a muy poco.
El Parque Nacional del Archipiélago de Bazaruto es un espacio marítimo-terrestre protegido, que cuenta con más de 1400 Km2 (esto es, más de 140.000 hectáreas, que en Europa siempre contamos los espacios protegidos por hectáreas, pero aquí en general son tan grandes que lo hacen en kilómetros cuadrados y por si la gente no sabe pasar de uno a otro...) y que, aparte de maravillosos arrecifes coralinos con toda su cohorte de vida asociada, cuenta con una de las poblaciones de dugong más importantes del Índico occidental.
Por supuesto no lo vimos.
Tras tres noches de fiesta en el Baobab, nuestras ojeras nos conminaron a emigrar al sur, rumbo a Tofo.
Cuatro horas en chapa particular, media en un muy particular ferry, más 40 minutos en una chapa pública con capacidad para 14 personas trasportando 25, incluido el tío que se durmió en el hombro de Laura, nos pusieron en Tofo, tras pasar brevemente por Inhambane donde aprovechamos a aprovisionarnos de víveres para llevar a la casa que habíamos alquilado en la playa.
Mónica y yo ya habíamos estado en Tofo a finales del año pasado y si volvimos es porque vimos que es un fantástico sitio para bucear.
Hicimos unas cuantas inmersiones, entre ellas una espectacular en el lugar llamado "Manta Reef" donde vimos más de 30 manta rayas gigantes, llegando a observar hasta cinco de un vistazo.
Pero lo que realmente deseaba ver esta vez era el tiburón ballena, ya que la anterior vez no tuvimos suerte con él. Fuimos a Barra, cerca de Tofo y contratamos un recorrido en lancha para ver delfines, mantas y tiburones ballenas, el verdadero objetivo del paseo.
La idea era buscar pacientemente y en caso de avistar algo, tirarnos al agua con el tubo, las gafas y la aletas y a disfrutar.
Lo primero que vimos fueron unos delfines jorobados bastante grandes; poco después un numeroso grupo de delfines mulares con los que nos bajamos a bañar, a los que apenas vi y con los que empecé a impacientarme.
Seguimos hacia el sur, frente a la costa de Tofinho, escudriñando cada centímetro cúbico del mar, y nada.
El tiempo pasaba y el tiburón ballena no.
La hora llegaba a su fin y debíamos regresar.
La búsqueda acabó.
El capitán aceleró a tope los motores de la lancha para regresar a Barra, cuando un turista surafricano que no sin cierta dificultad había subido con nosotros a la panga, calzado con unas enormes gafas polarizadas, silbó agudamente y apuntó, con determinación, el rumbo a seguir por la embarcación.
Allí, increíblemente visto, estaba nuestro ansiado tiburón ballena.
El capitán situó el bote frente a él, y a su orden, todos nos tiramos al agua a su encuentro.
Pero su encuentro fue más brusco de lo imaginado y a pesar del frenazo en seco que toda la fuerza de nuestras piernas transmitió a las aletas, a punto estuvimos de cabalgar al pez más grande del mundo.
Allí estaba, pasando de nosotros tanto como nosotros flipábamos con él.
Tranquilamente y ante la falta de tranquilidad, se fue sumergiendo suavemente hasta que le perdimos de vista.
Fueron unos diez minutos de avistamiento, que desde luego supieron a poco, pero que nos dejaron una huella como la de los rotuladores buenos: ¡indeleble!
Si con las manta rayas la cámara de fotos no quiso abrirse en toda la magnífica inmersión, con el tiburón ballena las baterías dijeron: ¡hasta aquí hemos llegado!
Con las manta rayas, el centro de buceo nos hizo un vídeo de esos que te propones no comprar y acabas llevándote dos, pero con el tiburón ballena no tenemos documento gráfico, así que las fotos aquí puestas, son de otra ocasión en que Mónica tuvo la oportunidad de verlos y fotografiarlos.
Tras festejarlo en la casa con una rica tortilla de patata, debida a Pili, queso de oveja, jamón, lomo y chorizo ibérico y otras ricas viandas, terminamos nuestro periplo submarino en la costa mozambiqueña.
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Llegando al hostal tras las inmersiones y dispuestos a dar envidia a la convaleciente Mónica
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Peces payaso rebozándose en los "suaves" tentáculos cargados de cnidocistos urticantes de las anémonas
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Una raya moteada. No sé de dónde rebota el flash, ¡parece que esté tomada en una pecera!
Y para terminar un par de fotos del tiburón ballena. Como ya he dicho, cuando nos lanzamos al agua las baterías dijeron que otro día, así que no tenemos fotos de ese momento, pero Mónica estuvo en febrero con unos amigos y nos ha pasado unas, para que podamos llenar un poco más la entrada. Por supuesto Mónica dice que cuando ellos lo vieron fue mucho mejor... ¡faltaría más!
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El tiburón ballena, para todos aquéllos preocupados por nuestra integridad física es un pez filtrador, por eso le llaman ballena, así que no tiene los grandes dientes famosos de las películas. Pero no deja de ser el pez más grande del mundo, alcanzando hasta 15 metros de longitud
De paso por Inhambane desabastecimos el mercado de artesanía y capulanas y zozobrando cruzamos a Maxixe, donde debíamos coger el bus a Maputo.
Allí a la mañana siguiente cogeríamos otro a Johannesburgo, donde habíamos alquilado una autocaravana para seis, aunque éramos siete y cabían ocho, con la que pasaríamos la última semana del viaje en el Parque Nacional de Kruger.
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