Esta mañana escuchaba una conversación en un bar.
No puedo evitarlo.
No me refiero a escuchar conversaciones, si no al hecho de que las que escucho siempre son estúpidas, nunca trascendentes (mentira, una vez en el metro una pareja entre besos y caricias, discutía sobre la relaciones filosóficas, más o menos angustiosas y sufridas que, al parecer, mantenían Heidegger y Kierkegaard, de los que lo único que yo sabía era el famoso grito de Faemino y Cansado. De las relaciones de semejante pareja no creo que nadie discuta).
El caso es que dos hombres de mediana edad (que según cumplo años es más avanzada) discutían sobre un puesto de trabajo que requería de una gran diplomacia, serenidad, control, discreción, saber estar, compostura, seriedad, abnegación, sentido de la responsabilidad, estar cuando se precisa, así como una innumerable relación de capacidades, habilidades y destrezas.
Como la conversación se alargaba, yo alargaba mi refresco, con el objetivo de satisfacer mis dotes adivinatorias: ¡al menos hablaban de ser presidente del gobierno!
Cuando ya me había comido hasta el limón y la vida sin pausa me reclamaba para otros menesteres, uno de los interlocutores, tras apurar el chupito de licor de hierbas mañanero y dejarlo en la barra sonoramente, acaba la conversación con un sucinto y escueto: ¡Hay que ser muy diplomático para ser portero!
Pues será... o no, pero no es más intrascendente que ciertas regulaciones, con sabor a trauma sexual, que discuten sesudos funcionarios europeos en aras del buen funcionamiento de la Unión Europea.
Pagué mi consumición, salí del bar y al pasar al lado de un portero, que con gran seriedad, compostura, saber estar, abnegación, responsabilidad... barría la acera frente a su portal, un hombre, completamente calvo, le pregunta por una peluquería.
Sin perder la compostura, como buen portero, contestó lo que se le requería.
Pincha el enlace de Faemino y Cansado y al menos pasarás un buen rato viendo tres vídeos.
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