Transporte: Avión, Business Class
¡Y es que uno no siempre viaja en Business Class!
Llegamos al aeropuerto y esperar la cola para facturar en Turkish Airlines debía ser desesperante; y digo debía porque tras bordearla por la izquierda, vimos la cola, inexistente, de la facturación de business class, la nuestra.
Facturamos 73 kilos, 13 más de lo permitido; 42 de mano, 10 de más. No nos cuestionaron en ningún momento. En el mostrador contiguo un pobre turista, en el que me veía pretéritamente reflejado, pelea por que le dejen llevar cinco kilos de más, argumentando lo que yo he argumentado tantas y tantas veces.
Con la tarjeta de embarque nos dieron el pase para la sala CIP, antes conocida como VIP.
Pasamos la sala de embarque llena de turistas retorcidos en las sillas más incómodas que el hombre haya podido diseñar. Subimos a la sala CIP y lo primero que hacen es decirnos lo que por por la megafonía del aeropuerto dicen que no hacen: avisarte cuando tu vuelo comienza a embarcar.
Cogemos un periódico y nos acomodamos en un cómodo sofá donde, con una coca cola gratis en la mano, caigo en un duermevela que me hace replantear mi situación, siéndome difícil discernir si estoy soñando o no.
Embarcamos sin hacer uso de ningún privilegio, o sea, que hacemos cola como los demás. A veces conviene no destacar mucho.
Nos sentamos en los butacones que tantas veces hemos visto al pasar hacia los angostos asientos de la clase turista.
Antes de que despegue el avión, ya nos están ofreciendo bebidas, incluyendo las alcohólicas.
Despegamos y poco después nos traen la carta para que puedan preparar nuestras comidas: elijo delicias turcas de primero y salmón.
Después de la comida comenzamos a sentirnos ciertamente agobiados de tantas atenciones. Comienzo a pensar si existe alguna manera de decirles que nos dejen en paz, sin que se sientan mal y sin entrar en la dejación de sus funciones por su parte.
Un detalle importante de los butacones es que los reposabrazos entre las butacas no se levantan, de modo que Mónica no puede tirarse encima de mí, como acostumbra, evitando así que se me duerman las piernas, como acostumbran.
Mónica se va al baño y le digo que esté a la altura de las circunstancias; a la vuelta me contesta que ha ido de primera, algo con lo que quizá discrepe el que ha entrado tras ella sin solución de continuidad.
Hemos salido de Madrid con retraso y como sólo tenemos una hora en Estambul para el cambio de avión preguntamos a la azafata, que amablemente nos contesta que nos esperarán.
Espero que eso no sea debido a nuestra clase.
Llegamos a Estambul, salimos por la pasarela 206; bajamos unas escaleras y llegamos a una sala a la que no podemos acceder porque las puertas están cerrradas; tras un rato esperando, viene alguién y la abre.
Corremos pasillo arriba, dos pasarelas mecánicas nos ayudan en nuestro desplazamiento.
Llegamos al área de información de conexiones, donde nos comunican que nuestro avión sale de la puerta 307.
Cruzamos la sala y corremos pasillo abajo, dos pasarelas nos ayudan en nuestro desplazamiento y en el de los 42 kilos del equipaje de mano.
Pasamos un control de pasajeros: me quito las botas, ordenador fuera de la funda, cinturón fuera, pantalones caídos, objetos metálicos en la bandeja, paso el arco, primer pitido, llaves de las maletas en la bandeja, paso el arco; me pongo las botas, meto el ordenador en su funda, me subo los pantalones y me ajusto el cinturón, vuelco la bandeja y recojo las monedas y las llaves, se me caen unos céntimos, sin que se den cuenta no los recojo, sin atarme los cordones y sin esperar a Mónica (que está inmersa en la primera fase del control) salgo corriendo hacia la puerta 307; obcecado me la salto y no la veo hasta que oigo a una azafata vocear: ¡Nairobi! ¡Nairobi!, lo que me trae recuerdos de la estación de autobuses de La Paz en Bolivia y un montón de gente gritando ¡Oruro! ¡Oruro!
Pasamos las tarjetas de embarque, bajamos unas escaleras cogemos un autobús de enlace que tras un trayecto de unos diez minutos nos deja a escasos metros de la pasarela 206.
Sudorosos, nos sentamos en unos butacones igual de grandes pero no tan cómodos y con menos lujos.
T.I.A. pensamos, (This Is Africa, Esto es África, por si hay alguien de Logroño...).
Tras seis horas más de vuelo llegamos a Nairobi.
Tras 30 minutos esperando nuestras maletas con la pegatina de Priority, nos dicen que se han quedado en Estambul, donde por lo visto tampoco entienden inglés.
Cogemos el taxi que nos mandaron Laura y Celia, las que serán nuestras compañeras de casa, y llegamos a nuestra casa en Nairobi, que conformará el siguiente capítulo.
3 comentarios:
jajaja, muy buena descripción Áiñaki, sobre todo el consejo a Moni. Me lo he leído de cabo a rabo, y espero ansiosa la siguiente entrega. Besotes. Pili.
Muy bueno el relato, ya espero las descripciones del primer viaje en matatu por Nairobi ;-)
Pues la verdad es que no tengo intención de coger ningún matatu en Nairobi. de nuestra etapa de más de un año en Mozambique ya cogimos muchas chapas y maxibombos, así que si puedo evitar coger matatus lo haré.
Gracias por el comentario.
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