15 diciembre 2005

Florida y los Everglades

Llegó Mónica a San José.
Nos fuimos a Miami.
Y, por primera vez en mis ya cuatro visitas a esta ciudad, pude, pudimos, ir a los Parques Nacionales que rodean Miami y que son absolutamente inaccesibles sin transporte privado.
Pero esta vez, y gracias a Marcelo, que fue entrenador de natación de Mónica en Brasil y que desde luego ha mejorado de empleo desde entonces, tuvimos transporte privado a nuestra disposición.
Marcelo es un alto ejecutivo que vive y trabaja en Miami desde hace unos diez años. Mantiene amistad con Mónica desde los tiempos en que ésta arrasaba en todas las piscinas escolares paulistas y es una persona excepcionalmente amable, generosa y como anfitrión no tiene precio, con decir que cada mañana que pasamos en su casa antes de ir a trabajar y mientras nosotros seguíamos durmiendo en nuestras vacaciones, él nos preparaba un desayuno impresionante.
Además de alojarnos en su apartamento, lo que los gringos entienden por apartamento, no lo que se entiende en España, invitarnos a desayunar, comer y cenar, nos dejó uno de sus coches, un monovolumen enorme. Con él nos movimos por todas las partes del sur de Florida que nos dio tiempo en escasos tres días, esto es, el Parque Nacional de los Everglades y la Reserva Natural de Big Cypress, un enorme ecosistema húmedo de pantanos y bosques y praderas inundadas.
En esta zona hay rutas de todo tipo y para todos los gustos, desde unos minutos por una pasarela de madera sobre una zona inundada, pasando por rutas en bici medianamente largas y hasta una ruta de 15 días en canoa que atraviesa todo el extremo sur de la península de Florida, en lo que constituye una gran aventura tropical, pero con las condiciones de un país desarrollado.
Hicimos unas cuantas rutas andando, una en coche y una en bici (Marcelo nos dejó las bicis), lo que nos dejó con ganas de mucho más pero nos dio una visión de lo que es ese ambiente bastante buena.
En Miami estuvimos en las zonas más in del momento, pasando sin pagar a los garitos más atiborrados, gracias de nuevo a Marcelo, y viendo más fauna que en los tres días en los Everglades.
La playa de Miami Beach (sí ya sé que es una redundancia pero es que Miami Beach es una ciudad diferente que Miami y es su nombre completo) tiene una zona donde la arena está dura y puedes pedalear sin dificultad. Las casetas de los socorristas son de diseño art decó y cada una es única y muy llamativa, lo que desde luego es mucho más interesante que las monocromas y aburridas casetas de las playas españolas. Después de pasear la playa unos cuantos kilómetros y hacernos fotos en las casetas con pose de baywatcher, regresamos a la casa de Marcelo donde aparcamos las bicis al lado de la de Colin Farrell.
Para irnos, Marcelo se lamentó ya que no nos podría llevar al aeropuerto, pero que nos enviaría un coche para que lo hiciera. Por supuesto nos negamos y le dijimos que cogeríamos un taxi. Por supuesto se negó con más fuerza y a las cinco llegó un Mercury enorme con un conductor también brasileño.
El conductor pertenece a una empresa que hace viajes para un montón de gente, entre ellos un montón de famosos que tienen una residencia en Miami Beach. Lo que me sorprendió de él, no fue su habilidad para manejar sino su capacidad sociológica sintética. Sintéticamente nos dijo que nosotros, "los normales", somos mejores que los famosos, por la sencilla razón de que somos felices. Según dijo, los famosos, entran al coche y no paran de llorar, con multitud de problemas personales de todo tipo. Por lo que hablaba y por cómo lo decía, con una naturalidad pasmosa, infiero que este tipo de chóferes hace las veces del camarero del bar solitario que no para de escuchar a su único cliente. Esto es intrusismo laboral que dirían los psicólogos.
Finalmente llegamos al aeropuerto, nos despedimos del chofer de Shakira y de Miami y llegamos 20 horas más tarde a Madrid.

07 diciembre 2005

Hacienda Matambú

Profelis es un centro de rescate de felinos pequenios (ya cambiaré esto) de Costa Rica y sabía de su existencia por Carlos Porras Duarte, al que conocí en la Reserva Pacuare hace tres anios y desde entonces ando diciéndole que ya me pasaría por allí.
Finalmente fui.
Está en el extremo sur de la Península de Nicoya, que yo esperaba muy deforestado y turístico, pero afortunadamente me llevé una gran sorpresa al ver que no es así.
Allí tienen las cuatro especies de felinos pequenios que hay en Costa Rica, a saber, Caucel o Margay, Manigordo u Ocelote, Tigrillo y Jaguarundi. No tienen ni jaguar ni puma por motivos meramente espaciales, sin que esto tenga nada que ver con la NASA.
La Hacienda Matambú es el nombre de la finca donde está el centro, es una finca privada de más de 4 mil hectáreas que pertenece a un pobre hombre danés, aburrido de su gris país, supongo.
Es una zona montaniosa muy cercana al mar, de baja altitud, cubierta de bosque de transición entre seco y húmedo que se está recuperando bastante bien toda vez que sacaron a las vacas. Los ríos que la atraviesan son muy bonitos, llenos de cascadas y pozas de aguas cristalinas que invitan a ponerse a remojo.
Un día hicimos una ruta que según dijo Carlos dura tres horas, que ya serían cuatro, que fueron cinco.
La ruta comenzaba remontando el río, por el río. Habitualmente en estas zonas no es como en Espania, que hay un camino al lado del río, aquí los ríos son tan estacionales que los caminos son inexistentes, y lo habitual cuando remontas un río es ir por él. Lo bueno es que el agua no está fría.
En cuanto dejamos el río, comenzamos a subir, salió el sol y me dió un bajón, la cosa se empezó a poner cuesta arriba y no sólo literalmente. El caso es que no estoy tan mal de forma, he estado mucho peor y mucho mejor, pero hacía demasiado calor para mi gusto. Supongo que eso es algo que no sobra ahora por allí.
El camino llegaba a un alto rodeado de unos árboles que llaman "indio desnudo" por su corteza rojiza, también llamados "gringo quemado" por la misma razón, desde donde se ve la costa, con la Reserva de Curú, la isla Tortuga y las playas de Montezuma y Malpaís, éstas sí, más turísticas.
La bajada fue por una quebrada muy bonita que apenas pude disfrutar por mi estado semicomatoso.
Además, y como no podía ser menos, alimenté a los felinos y me entretuve haciéndoles fotos, de las que algunas parecen tomadas en libertad, si no fuera porque es bastante sospechoso ver un ocelote con un muslo de pollo perfectamente desplumado.
También asistí a la castracción de una hembra de ocelote con quistes en los ovarios y a la toma de una muestra de otro ocelote para una biopsia. Todo muy interesante.
Pero lo más interesante fue ver que cerca de las instalaciones de los animales, había una pequenia charca artificial llena de ranas, en la que pasé bastantes horas todas las noches que allí estuve.
Para volver hube de hacer el camino a la inversa, pero mucho más temprano. Cogimos el chapulín (tractor) para bajar al pueblo a eso de las 5:30 para agarrar el bus al puerto. Según llegábamos al pueblo, vimos cómo se iba el bus, y dado que íbamos en un chapulín, salté de él y corrí para alcanzar al bus, lo que por supuesto hice.
Espere un "toquecito", le dije al conductor, ?un toquecito? me dije extraniado ... demasiado tiempo en Costa Rica, pienso ahora.
El bus nos llevó hasta el muelle donde cogeríamos una lancha grande hacia Puntarenas, donde cogeríamos un bus a San José. Todo completamente fuera del horario previsto, como es normal aquí. Así que aunque pensábamos llegar a San José a las once, llegamos casi a las tres.