07 diciembre 2005

Hacienda Matambú

Profelis es un centro de rescate de felinos pequenios (ya cambiaré esto) de Costa Rica y sabía de su existencia por Carlos Porras Duarte, al que conocí en la Reserva Pacuare hace tres anios y desde entonces ando diciéndole que ya me pasaría por allí.
Finalmente fui.
Está en el extremo sur de la Península de Nicoya, que yo esperaba muy deforestado y turístico, pero afortunadamente me llevé una gran sorpresa al ver que no es así.
Allí tienen las cuatro especies de felinos pequenios que hay en Costa Rica, a saber, Caucel o Margay, Manigordo u Ocelote, Tigrillo y Jaguarundi. No tienen ni jaguar ni puma por motivos meramente espaciales, sin que esto tenga nada que ver con la NASA.
La Hacienda Matambú es el nombre de la finca donde está el centro, es una finca privada de más de 4 mil hectáreas que pertenece a un pobre hombre danés, aburrido de su gris país, supongo.
Es una zona montaniosa muy cercana al mar, de baja altitud, cubierta de bosque de transición entre seco y húmedo que se está recuperando bastante bien toda vez que sacaron a las vacas. Los ríos que la atraviesan son muy bonitos, llenos de cascadas y pozas de aguas cristalinas que invitan a ponerse a remojo.
Un día hicimos una ruta que según dijo Carlos dura tres horas, que ya serían cuatro, que fueron cinco.
La ruta comenzaba remontando el río, por el río. Habitualmente en estas zonas no es como en Espania, que hay un camino al lado del río, aquí los ríos son tan estacionales que los caminos son inexistentes, y lo habitual cuando remontas un río es ir por él. Lo bueno es que el agua no está fría.
En cuanto dejamos el río, comenzamos a subir, salió el sol y me dió un bajón, la cosa se empezó a poner cuesta arriba y no sólo literalmente. El caso es que no estoy tan mal de forma, he estado mucho peor y mucho mejor, pero hacía demasiado calor para mi gusto. Supongo que eso es algo que no sobra ahora por allí.
El camino llegaba a un alto rodeado de unos árboles que llaman "indio desnudo" por su corteza rojiza, también llamados "gringo quemado" por la misma razón, desde donde se ve la costa, con la Reserva de Curú, la isla Tortuga y las playas de Montezuma y Malpaís, éstas sí, más turísticas.
La bajada fue por una quebrada muy bonita que apenas pude disfrutar por mi estado semicomatoso.
Además, y como no podía ser menos, alimenté a los felinos y me entretuve haciéndoles fotos, de las que algunas parecen tomadas en libertad, si no fuera porque es bastante sospechoso ver un ocelote con un muslo de pollo perfectamente desplumado.
También asistí a la castracción de una hembra de ocelote con quistes en los ovarios y a la toma de una muestra de otro ocelote para una biopsia. Todo muy interesante.
Pero lo más interesante fue ver que cerca de las instalaciones de los animales, había una pequenia charca artificial llena de ranas, en la que pasé bastantes horas todas las noches que allí estuve.
Para volver hube de hacer el camino a la inversa, pero mucho más temprano. Cogimos el chapulín (tractor) para bajar al pueblo a eso de las 5:30 para agarrar el bus al puerto. Según llegábamos al pueblo, vimos cómo se iba el bus, y dado que íbamos en un chapulín, salté de él y corrí para alcanzar al bus, lo que por supuesto hice.
Espere un "toquecito", le dije al conductor, ?un toquecito? me dije extraniado ... demasiado tiempo en Costa Rica, pienso ahora.
El bus nos llevó hasta el muelle donde cogeríamos una lancha grande hacia Puntarenas, donde cogeríamos un bus a San José. Todo completamente fuera del horario previsto, como es normal aquí. Así que aunque pensábamos llegar a San José a las once, llegamos casi a las tres.

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