18 diciembre 2007

Dieciocho grados Sur

Mi primer viaje a los trópicos fue al pantanal boliviano. Allí estuve un par de meses, julio y agosto, en la estación biológica de El Tumbador cerca de Puerto Suárez, cerca de Corumbá en Brasil, alrededor de los 18º Sur.
El bosque era típicamente chiquitano, bosque semideciduo, esto es, que en la época seca muchos árboles, pero no todos, pierden las hojas. Oscar, el director de todo aquéllo, me contaba cómo cambiaba todo en cuanto empezaba a llover, allá por el mes de noviembre. Y me ponía los dientes largos con todas las maravillas que la explosión de vida traída por la lluvia, acarreaba.
Unos cuantos años después y muchos kilómetros al este, a unos 18º Sur, he podido vivir esos cambios que Oscar me contaba.
Llegué a Gorongosa a finales de octubre, al final de la temporada seca, en lo más seco del año.
No había yerba ni plantas herbáceas, la mayoría de los árboles, pero no todos, hacía tiempo que habían perdido sus hojas, el paisaje era un lugar seco y yermo con poco atractivo en sí mismo. Esta ausencia de agua y vegetación se traslada a la fauna, que, o se concentra en los pocos lugares donde se mantiene aún algo de agua o está en un estado de dormición o letargo.
Es una buena época para ver grandes mamíferos (por eso los safaris se concentran en la temporada seca, nuestro verano, su invierno) ya que se reúnen en los puntos de agua y la ausencia de vegetación herbácea les hace fácilmente visibles, pero el resto de la fauna y la gran mayoría de la flora están bajo mínimos.
El lunes salimos de Gorongosa inmersos ya en la temporada húmeda, ya ha llovido mucho, hay grandes superficies inundadas (el parque se asienta en las llanuras de inundación del Punguè y el Urema), la yerba se levanta más de un metro del suelo, no hay arbusto sin flores, las hojas de los Brachystegia (el árbol dominante del miombo) ya han cambiado del marrón con el que nacen a un verde brillante y la frondosidad que las hojas dan a los árboles hacen que parezca un bosque cerrado más que una sabana.
Una miríada impresionante de insectos pululan por todas partes, las hormigas y las termitas, ahora aladas, “llueven” del suelo en busca del cielo, para fundar nuevas colonias; las cícadas emergen del suelo y brotan de sus larvas para ensordecer el ambiente; las mariposas adornan todos los rincones, los reptiles aprovechan y rellenan sus reservas; las ranas se preparan para su gran fiesta de vida, de sexo; y para colmo de bienes, millones de aves han venido desde Europa o desde zonas más septentrionales de África para aprovecharse de este maná, auténtico ambrosía para todos.
Ya no se pueden hacer safaris porque los caminos están impracticables, pero supongo que ahora es más dificil ver mamíferos ya que ahora estarán más dispersos, puesto que encuentran agua a su antojo.
No hay turismo y las instalaciones de Chitengo han sido cerradas a casi todos, pero a pesar de que muchos volvemos a nuestras casas, otros muchos (en realidad la mayoría de los trabajadores del parque) ya están en sus casas y pueden disfrutar de las bellezas del lugar, o más bien, lidiar con sus dificultades.
Mientras los ricos y urbanitas vemos la naturaleza llena de encantos con los animales como cúlmen de tanta maravilla, los pobres rurales tienen una relación muy diferente con ella.
Preguntas a un turista recién llegado de un safari y describirá sus momentos álgidos con el avistamiento de leones, elefantes, hipopótamos o cocodrilos.
Preguntas a los locales y tienen la misma respuesta casi en cualquier lugar del mundo.
¿León? ¡Mata!
¿Cocodrilo? ¡Mata!
¿Hipopótamo? ¡Mata!
¿Impala? ¡Rico!
¿Antílope? ¡Rico!
¿Facocero? ¡Rico!
Que la yerba esté alta resulta muy lindo... y muy peligroso.
Que haya agua por todas partes es muy bonito pero da mucho trabajo en las machambas (huertas familiares).
El río trae mucha agua... y muchos cocodrilos (apenas hace un par de semanas una madre se despistó un segundo cuando se lavaba en el río, y el cocodrilo se llevó a su hijo).
Que hay que seguir trabajando en el parque, implica tener que cruzar el río diariamente en unas canoas jamás usadas por los musungu (hombre blanco en sena) en estas épocas, de lo contrario, seguro que tendrían otro tipo de embarcación.
Poco antes de salir del parque, Mónica y yo cruzamos el ahora enorme río, en una de las canoas que los locales usan todos los días, para verlo y comprobar cómo estaba la situación en donde viven la mayoría de los trabajadores del parque.
Si te pones en su piel, las cosas no parecen tan bonitas.
Si se quiere proteger un territorio hay que ponerse en la piel de los que lo habitan y solucionar sus problemas, de lo contario, jamás apoyarán su conservación y por tanto jamás estará bien conservado.

El campo de fútbol, ahora de césped natural, tras varios meses de ser de tierra


Amanecer en Gorongosa, la yerba es la protagonista ahora, de gran parte del paisaje por estos lares


Una vez que te decides a hacer lo que muchos hacen todos los días, coger la canoa para cruzar el río, te incrustas en la pequeña embarcación, y empieza el viaje. Lo que antes era la pista que llevaba al río, ahora es, en gran parte, el canal que lleva al río. Luego una explanada llena de carrizales y después de éstos (que se ven en la foto en segundo término) empieza el río propiamente dicho. En este tramo el marinero lleva la canoa con un palo tocando el fondo y empujando


El río Punguè en todo su explendor, con sus aguas repletas de sedimentos, corrientes, hipopótamos y cocodrilos. Para las embarcaciones éstos no son peligrosos, pero aquéllos sí, y mucho. Aquí se deja el palo y se coge el remo


Esperando pasajeros para cruzar


Esperando canoas para cruzar



Preparando las embarcaciones. Después de cada viaje hay que vaciarlas de agua, pues no son todo lo impermeables que se podría esperar de algo que va a cruzar un impetuoso río



Remando a toda máquina en la parte central del río, contra fuertes corrientes que arrastran la canoa río abajo. Primero se rema muy cerca del margen río arriba en aguas calmas, y una vez alcanzada cierta zona, se ataca el río perpendicularmente a su cauce y se rema rápidamente mientras bajas más metros de los que avanzas. Finalmente, y si los cálculos han sido buenos, se llega a buen puerto.
La chica se acaba de dar cuenta que se ve en la pantalla de mi cámara. Mi cámara está formada por dos partes que giran sobre un eje, de modo que puedes apuntar el objetivo y tener la pantalla en el mismo plano. Estas cosas les encantan, no están habituados a verse a sí mismos



Tras cruzar el río, todavía quedan charcos que hay que vadear como se pueda. Estos charcos están conectados con el río, pero no siempre son navegables por las canoas, aunque sí por los cocodrilos

Obviamente en Vinho, la pequeña población cercana a Chitengo, están encantados de que el parque haya vuelto a la actividad y que haya un musungu inviertiendo mucho dinero; muchos tienen trabajo y otros muchos trabajos indirectos. Ahora casi todo el mundo tiene bicicleta (tras ahorrar una media de diez meses los 1200 meticales, unos 30 €, que cuestan) y ya hay un taller de reparación y un servicio de bici-taxi (te llevan en la parrilla hasta Nhamatanda a unas tres horas de pedaleo; desde luego el bici-taxista y el remero de canoas, podrían competir a alto nivel en muchos países occidentales, no hay más que verles).

Típica bicleta de piñon fijo, con frenos de varillas rígidas, guardabarros, faro, timbre y sillín con muelles como la que conserva mi padre de su juventud

Se ha hecho mucho.
Queda mucho más por hacer.

12 diciembre 2007

Zimbabwe

Zimbabwe significa "gran casa de piedra", ya que aquí se asentó entre los siglos XV y XVII una gran civilización que comerciaba con los árabes y que empezó a decaer con la colonización portuguesa de principios del siglo XVI.
Ayer estuvimos en Zimbabwe.
Más o menos.
Quiero decir que ayer, Mónica tenía que renovar su visa para permanecer en Mozambique y fuimos a la frontera con Zimbabwe para solucionarlo.
La verdad es que odio las fronteras, no sólo porque dividen artificialmente el mundo con las horribles consecuencias que todos conocemos, sino porque el ambiente de chanchullo y trapicheo que se respira es irrespirable.
En esta frontera hay cientos de personas esperando. No sabemos a qué esperan pero ellos lo hacen.
Quizá la respuesta está en la historia reciente, muy reciente, de Zimbabwe.
Zimbabwe formaba parte de la colonial Rhodesia, nombrada así por el colonizador inglés Cecil Rhodes; vamos como si yo llego a un sitio y le llamo Iñakilandia o Abellaterre.
¡Demencial!
En los años sesenta hubo un intento de independencia comandado por la minoría blanca, con Ian Smith a la cabeza, implementando un estado, Rhodesia, con ideas cercanas al apartheid surafricano, que nunca fue reconocido por la ONU a instancias de UK y que, con la vista que da el tiempo pasado, es lo mejor que le ha ocurrido a Zimababwe en su corta historia. Hace sólo unos días murió en Ciudad del Cabo.
Finalmente en 1980, tras guerras varias, Robert Mugabe ganó unas elecciones.
Al parecer de hoy, ganó las elecciones a "dictador vitalicio".
Actualmente Mugabe está acusado de crímenes contra la humanidad y de genocidio contra su pueblo Ndebele, motivo por lo que el gobierno británico abandonó la reciente cumbre entre Europa y África de Lisboa cuando acudió el dictador. En realidad debían haberla aprovechado para detenerle y poner orden en su país.
Tras la conquista de la independencia comenzaron los ajustes más o menos justos, más o menos injustos.
En la época de la independencia "blanca" el 70% de las tierras estaban en manos del 1% de la población, blanca por supuesto.
La injusta distribución de las posesiones produjo, sin embargo, que Zimbabwe fuera la granja de todo el África meridional, exportando productos incluso a Europa, y siendo la principal fuente de riqueza del país, por encima de la minería y el turismo. Esta riqueza se trasladó a otros ámbitos e hizo de este país el más educado del continente, título que todavía obstenta, a pesar de las dificultades actuales.
Entre 1998 y 2000 Mugabe decide por fin, redistribuir las tierras de los blancos. La idea en principio era dar a los trabajadores negros la posibilidad de participar de las ganancias de las tierras que trabajan. Muy bien.
La realidad fue que las tierras fueron distribuidas entre familiares y diputados del partido de Mugabe, que cogieron el dinero y corrieron, dejando tras de sí una "merienda de blancos" a manos de los explotados trabajadores negros, que de nuevo se quedaron sin nada.
A resueltas de esa crisis, la mayoría de las granjas coloniales siguen a día de hoy sin producir.
Para empeorar las cosas, en 2005 Mugabe decide, por decreto, acabar con la venta ambulante y las chabolas. Cualquiera que haya viajado por África o tenga un poco de imaginación, imaginará las consecuencias de ambas medidas.
Hoy su PIB es la mitad que en 2000.
Como consecuencia macroeconómica Zimbabwe tiene hoy día una inflacción de más del mundo 15.000%.
De una población de unos once millones de personas, casi cuatro han huído de su país, entre ellos la casi totalidad de los blancos. Éstos actualmente no pueden regresar a su país ya que no les renuevan el pasaporte, estando oficialmente sin patria, siendo refugiados politicos en Suráfrica, Zambia, o Mozambique (como más de un compañero de Mónica).
En lo que a salud se refiere, Zimbabwe ha pasado de una de las esperanzas de vida más altas de África: 60 años en 1990, a la más baja del mundo actualmente: 37 años para hombres y 34 para mujeres.
La mortalidad infantil ha ascendido de 53 a 81 por mil en el mismo período, el sida afecta a casi el 25% de la población y se estima que en 2050 la población habrá descendido en dos millones.
Actualmente Zimbabwe está sumido en una auténtica crisis humanitaria, que dejó de salir en los periódicos occidentales en cuanto acabaron de morir blancos, pero que desde entonces no ha hecho sino empeorar dramáticamente.
Como no tienen petróleo ni armas de destrucción masiva les dejaremos que se pudran.

09 diciembre 2007

En Tofo

Aprovechando unos días libres de Mónica, para mí todos los días son libres de momento, nos fuimos a bucear a Tofo en la provincia de Inhambane y enfrente de este histórico puerto.
Tofo es un área de buceo bastante famosa donde se da una buena concentración de tiburón ballena y manta raya, además de miles de peces de miles de colores y otros miles de invertebrados de otros miles de colores (léase estrellas de mar, nudibranquios, anémonas, corales, caracoles...)
Pero antes de ir había que llegar y para llegar había que coger un bus unas doce horas.
Aquí los buses pequeños les llaman "chapas", son pequeñas furgonetas de esas de Nissan de hace unos cuantos años con nueve plazas que aquí se convierten en 18 más conductor. Pero el que nos iba a comprar los billetes nos aseguró que no era una chapa, donde yo no me meto ni loco, ya no estoy para estas cosas.
Cuando llegamos a coger el bus, vimos, con más desesperación que resignación, que era un chapa, más grande, pero chapa.
Lo de más grande puede parecer un alivio, pero nada más lejos de la realidad; lo de más grande significa más espacio y más gente.
Así que en un minibus de unas 15 plazas, aquí meten 30; y como cobran un extra por llevar las maletas en la baca, todo el mundo las llevábamos en el interior. Primero entran los de atrás, les rellenan con maletas y así hasta que está lleno todo el "chapón".
Había una horrible y futurista película de Stallone, donde va conduciendo un coche en compañía de una no menos horrible Sandra Bullock, y de repente se estrellan pero no pasa nada porque una especie de espuma les envuelve. Bueno, pues la función de la espuma la realizaban las maletas, bolsas y demás, así que por nuestra seguridad no estábamos preocupados, estábamos preocupados por el "síndrome de la clase infraturista": ¡diez horas sin poder mover un músculo!
Salimos de Chimoio a las 4 de la mañana. Quince minutos más tarde paramos para ver por qué el tubo de escape se ha metido en el autobús mientras los pasajeros han sacado las cabezas fuera. Yo pensaba que era el final del viaje. Piden un cuchillo, levantan una tapa entre el conductor y el acompañante que da al motor y en unos minutos está arreglado.
Cuesta el arranque; cuesta meter la primera marcha... y la segunda... pero finalmente tira.
Vamos cogiendo la posturita y finalmente y debido al madrugón, caemos dormidos.
A eso de las siete de la mañana y tras tres horas de sufrimiento, nos despierta un gallo histérico que se ha escapado del maletero y ha entrado en la cabina para escándalo de los pasajeros que entre dormidos y somnolientos actúan ante él como si fuera la primera vez que ven uno; se mueven sin poder moverse de un lado para otro, agitan los brazos sin poder agitarlos y gritan como locos sin poder gritar.
Después de esto ya no podría dormir más.
Para la vuelta nos encargamos nosotros de comparnos los billetes en la compañía adecuada (Pantera Azul, por si venís por aquí, ¡no viajéis en otra!) y así pudimos disfrutar de un bus normal, con aire acondicionado, televisión (aunque pongan la más horrible aún "Días de Gloria" del tan horrible como la anterior, Tom Cruise), asientos reclinables, piscolabis y cuarto de baño.
Lo más alucinante de todo es que ambos transportes cuestan exactamente lo mismo.
Y entre ambos viajes, pues disfrutamos de Tofo, buceamos, visitamos Inhambane, que era un puerto comercial importante antes de la llegada de los portugueses, dominado por los árabes que controlaban el comercio en todo el Índico.
El buceo como he dicho antes, increíble. No vi tiburón ballena, y debo ser el único que no lo ha visto en una visita a este lugar, pero bueno otra vez será. Lo que sí vi fue manta raya.
Estaba yo haciendo una especie de curso de buceo profundo, (a unos 30 metros, ya ves tú qué profundidad, pero es que aquí son muy suyos), cuando de repente la vi pasar.
Era como las naves imperiales en la Guerra de las Galaxias...
¡No!, era como las naves imperiales en la parodia de Mel Brooks "Spaceballs"
Era enorme, estaba en lo que se llama una estación de limpieza, un punto donde los animales grandes van buscando peces que les desparasiten, por lo que estaba muy tranquila, casi sin avanzar, flotando en el agua sin aletear y si se movía era por la pequeña corriente. Pude disfrutar de ella unos larguísimos e intensísimos segundos, hasta que de un suave y elegante aleteo, desapareció de nuestro campo visual.
Además, como comentaba arriba, hemos visto miles de cosas; la verdad es que es un mar con muchísima vida y muy variada.
En Galápagos, recuerdo que había mucha vida, pero no recuerdo que fuera tan variada.
Después de estar el año pasado en Baja California Sur trabajando en un censo de invertebrados marinos, donde muy meticulosamente recorríamos grandes superficies, aquí los buceos se me hicieron cortísimos, quería pararme a mirar cada detalle, cada pez diferente, cada estrella, cada molusco... pero la bombona apenas da para 35 minutos (aquí se empeñan en hacer una parada de seguridad a los 12 y otra a los cinco metros, así que hay que guardar aire...)
Por lo demás, compartimos una larga conversación muy interesante con una pareja de Barcelona, él es médico y daba clase en la universidad de medicina de Beira, aprendimos a jugar al Bawo con unos holandeses que lo habían adquirido en Malawi, buceamos con varios catalanes y madrileños y evitamos el centro de buceo dirigido por surafricanos que no saben ni a cuánto está el metical.

Mónica más contenta que unas castañuelas al llegar a Tofo, una vez superados los espamos producidos por el síndrome de la clase infraturista


Vista a la izquierda de la playa desde el sitio donde nos alojamos


Vista a la derecha desde el mismo sitio


Niños jugando en la playa. Juegan con un palo al que han puesto un eje perpendicular que ha dotado con ruedas provenientes de latas de cerveza. El de amarillo además se había hecho un volante y movía el eje con hilo de sedal


En el mercado de Inhambane, comprando algo de artesanía que no parecía la típica artesanía globalizada tan de moda en todas partes (bueno los batik sí están globalizados)


Viendo fruta para ver qué compramos: los mangos buenísimos


La señora que finalmente nos convenció, y probablemente timó, ingenuo musungu...


El mercado callejero de Tofo, más turístico, donde vendían capulanas y pareos mientras freían camarones a la parrilla


Las barquitas con las que van a faenar los marineros de aquí. Apenas cabe uno y mal sentado, no tienen sombra y se pasan todo el día pescando


Los niños se dedican a hacer pulseras con conchas que encuentran y cuentas y se las venden a los turistas, y claro te llegan con esa cara de no haber roto un plato jamás y cualquiera no se las compra


Mónica que seguía más contenta que unas castañuelas, en el bar donde parece que se ha bebido ella mi cerveza


Dhow tradicional que usan en Inhambane para cruzar a Maxixe, todavía en el lado de Inhambane


Aguantando en el "ferri" entre Ihnambane y Maxixe, con la cestita recién comprada y llena de mangos bien maduritos
Foto: Mónica López Conlon


Más dhows aparcados esperando pasajeros


Y como no pude hacer una foto a la manta raya pues al menos pongo unas fotos de Mónica de algunas de las increíbles estrellas que vimos. Lo de la esquina inferior derecha es la sombra del flash, la cámara no está muy bien pensada...
Foto: Mónica López Conlon


Otra estrella.
Foto: Mónica López Conlon


Y otra más.
Foto: Mónica López Conlon


A falta de manta raya, valga esta preciosa rana que vimos por ahí


Pasando por Nhamatanda de camino al parque. Esto es la Nacional I y como véis está hasta arriba de gente en los laterales. Una cosa que me ha impresionado mucho es la cantidad de gente que hay en la calle y en las carreteras
Y por basta por ahora.