Tras siete meses trabajando diariamente con tortugas, la mayoría de la gente tendría pesadillas con playas llenas de tortugas que salen sin parar y a las que no tienes tiempo de contar y mucho menos para marcar.
Pues ese, ese era nuestro primer objetivo de las vacaciones, hacer nuestras pesadillas realidad.
Fuimos a la playa de Ostional, (lo más adecuado según convenimos para nuestras vacaciones era ir a la playa), donde se da un fenómeno llamado arribada, donde las tortugas llegan de miles en miles en lugar de una en una, así en los cuatro días que estuvimos allí, se contaron más de 160 mil tortugas.
Estuvimos en la Estación Biológica Douglas Robinson de la Universidad de Costa Rica, colaborando voluntariamente para el censo de la arribada. El censo consistía en recorrer un trozo de playa de unos 1000 metros en unos 10 minutos y contar todas las tortugas que salen del mar, sólo las que salen; una vez que llegas al final, esperas otros 10 minutos y comienzas de nuevo, así toda la noche, todas las noches. Allí nos organizaron en turnos de 2 horas, pero como nos parecía poco decidimos proponer al coordinador hacer turnos más largos con el objeto de que la gente descansara más de seguido. Por supuesto aceptó en cuanto se percató que le excluíamos a él del conteo. Así que aproximadamente hacíamos 10 Km. por noche, si no llovía…
La cuarta noche me tocó el turno de las 20:30h. Estaba lloviendo bastante, crucé un pequeño arroyo para llegar a donde teníamos que comenzar el transecto, relevé al voluntario (Ramón, que había estado con nosotros como asistente en Pacuare; si es que hay mucho masoquista...) que hacía el turno anterior y empecé el mío.
Seguía lloviendo, cada vez más. Empezó una tormenta y después de cada rallo contaba los segundos para calcular la distancia a la que estaba, había decidido abandonar la playa si había menos de 4 segundos. En una playa, tú eres el punto más alto. Después de contar dos veces tan sólo tres segundos me dije, la próxima sí que sí.
No hubo próxima.
A eso de las 23:00 debía entrar Mónica, pero el pequeño arroyo había tomado aires de grandeza y se había convertido en un impetuoso río que arrastraba todo tipo de troncos y basura, imposible de cruzar. Además, los troncos se confundían con cocodrilos y… bueno, quizá hubiera podido esquivar troncos y nadar a contracorriente, pero además apartar a manotazos cocodrilos se escapaba de mis posibilidades.
Grité a Mónica que no cruzara el río, cosa que desde luego no pensaba hacer, y desde la otra orilla alguien al que no se le escapa una, me gritó: ¡No se puede pasar! ¡Haga el conteo toda la noche!
Desde luego no sonaba muy alentador, ya llevaba tres horas caminando y cada vez había menos tortugas y más lluvia, pero como no había otra opción seguí con el transecto. Cada vez que llegaba al río echaba un vistazo y cada vez tenía más claro que estaría allí toda la noche contando tortugas.
A partir de la una de la mañana, 5 horas en la playa, se unió un nuevo elemento a la situación, ¡perros asilvestrados!
Ya sabéis que si de mi dependiera, mataría a todos los perros sin dueño del mundo, son lo peor para la fauna salvaje, bueno, lo peor son los gatos la verdad, pero al menos tienen el pelo más suave y no les canta el aliento.
El caso es que además de contar tortugas, mojarme, mortificarme con la última frase oída (¡haga el conteo toda la noche!), debía vigilar que un perro no me mordiera el culo, o tres perros y un culo. Así que en una mano llevaba la linterna para contar las tortugas, en la cabeza el frontal para apuntar al otro lado para vigilar los perros (vale, admito que quizá conté un perro por una tortugas), en la otra mano un palo bien grande, blandido con la firmeza suficiente para, al menos, morir luchando, y colgado en bandolera, un bolso con una libreta y un lápiz para apuntar las tortugas de cada conteo.
A la 1:30 ya estaba de vuelta de nuevo en el río, en el último conteo ya no había salido ninguna tortuga, lo que significaba que por ese día había acabado la arribada y que podía volver a la estación a descansar.
¿Volver? Nunca, un impetuoso río de agua y troncos y cocodrilos y basura y tortugas confundidas se resistía a dejarme volver. Esperé sentado en un tocón grande, mojándome un poco más y con las linternas apuntando a todos los lados a pesar de que hacía rato que no veía a los perros. La lluvia se fue calmando y la marea fue bajando, a eso de las dos vino Mónica de nuevo a ver si seguía vivo y en un arranque de… ¡quiero ir a mi cama! me ajusté el bolso, me quité la capa de lluvia, me apreté el frontal y me puse a nadar hacia la otra orilla.
Obviamente llegué sin problemas, no porque antes hubiera sobrestimado el tamaño y la corriente del río, sino porque había bajado mucho la marea. De todos modos he de decir que cuando lo crucé para iniciar el conteo, el agua apenas llegaba a medio muslo y a la vuelta no hacía pie en gran parte de río.
Al día siguiente se dio por finalizada la arribada y no hubo conteo, por lo que decidimos irnos y seguir nuestro viaje rumbo a Nicaragua.
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