El bosque era típicamente chiquitano, bosque semideciduo, esto es, que en la época seca muchos árboles, pero no todos, pierden las hojas. Oscar, el director de todo aquéllo, me contaba cómo cambiaba todo en cuanto empezaba a llover, allá por el mes de noviembre. Y me ponía los dientes largos con todas las maravillas que la explosión de vida traída por la lluvia, acarreaba.
Unos cuantos años después y muchos kilómetros al este, a unos 18º Sur, he podido vivir esos cambios que Oscar me contaba.
Llegué a Gorongosa a finales de octubre, al final de la temporada seca, en lo más seco del año.
No había yerba ni plantas herbáceas, la mayoría de los árboles, pero no todos, hacía tiempo que habían perdido sus hojas, el paisaje era un lugar seco y yermo con poco atractivo en sí mismo. Esta ausencia de agua y vegetación se traslada a la fauna, que, o se concentra en los pocos lugares donde se mantiene aún algo de agua o está en un estado de dormición o letargo.
Es una buena época para ver grandes mamíferos (por eso los safaris se concentran en la temporada seca, nuestro verano, su invierno) ya que se reúnen en los puntos de agua y la ausencia de vegetación herbácea les hace fácilmente visibles, pero el resto de la fauna y la gran mayoría de la flora están bajo mínimos.
El lunes salimos de Gorongosa inmersos ya en la temporada húmeda, ya ha llovido mucho, hay grandes superficies inundadas (el parque se asienta en las llanuras de inundación del Punguè y el Urema), la yerba se levanta más de un metro del suelo, no hay arbusto sin flores, las hojas de los Brachystegia (el árbol dominante del miombo) ya han cambiado del marrón con el que nacen a un verde brillante y la frondosidad que las hojas dan a los árboles hacen que parezca un bosque cerrado más que una sabana.
Una miríada impresionante de insectos pululan por todas partes, las hormigas y las termitas, ahora aladas, “llueven” del suelo en busca del cielo, para fundar nuevas colonias; las cícadas emergen del suelo y brotan de sus larvas para ensordecer el ambiente; las mariposas adornan todos los rincones, los reptiles aprovechan y rellenan sus reservas; las ranas se preparan para su gran fiesta de vida, de sexo; y para colmo de bienes, millones de aves han venido desde Europa o desde zonas más septentrionales de África para aprovecharse de este maná, auténtico ambrosía para todos.
Ya no se pueden hacer safaris porque los caminos están impracticables, pero supongo que ahora es más dificil ver mamíferos ya que ahora estarán más dispersos, puesto que encuentran agua a su antojo.
No hay turismo y las instalaciones de Chitengo han sido cerradas a casi todos, pero a pesar de que muchos volvemos a nuestras casas, otros muchos (en realidad la mayoría de los trabajadores del parque) ya están en sus casas y pueden disfrutar de las bellezas del lugar, o más bien, lidiar con sus dificultades.
Mientras los ricos y urbanitas vemos la naturaleza llena de encantos con los animales como cúlmen de tanta maravilla, los pobres rurales tienen una relación muy diferente con ella.
Preguntas a un turista recién llegado de un safari y describirá sus momentos álgidos con el avistamiento de leones, elefantes, hipopótamos o cocodrilos.
Preguntas a los locales y tienen la misma respuesta casi en cualquier lugar del mundo.
¿León? ¡Mata!
¿Cocodrilo? ¡Mata!
¿Hipopótamo? ¡Mata!
¿Impala? ¡Rico!
¿Antílope? ¡Rico!
¿Facocero? ¡Rico!
Que la yerba esté alta resulta muy lindo... y muy peligroso.
Que haya agua por todas partes es muy bonito pero da mucho trabajo en las machambas (huertas familiares).
El río trae mucha agua... y muchos cocodrilos (apenas hace un par de semanas una madre se despistó un segundo cuando se lavaba en el río, y el cocodrilo se llevó a su hijo).
Que hay que seguir trabajando en el parque, implica tener que cruzar el río diariamente en unas canoas jamás usadas por los musungu (hombre blanco en sena) en estas épocas, de lo contrario, seguro que tendrían otro tipo de embarcación.
Poco antes de salir del parque, Mónica y yo cruzamos el ahora enorme río, en una de las canoas que los locales usan todos los días, para verlo y comprobar cómo estaba la situación en donde viven la mayoría de los trabajadores del parque.
Si te pones en su piel, las cosas no parecen tan bonitas.
Si se quiere proteger un territorio hay que ponerse en la piel de los que lo habitan y solucionar sus problemas, de lo contario, jamás apoyarán su conservación y por tanto jamás estará bien conservado.
Una vez que te decides a hacer lo que muchos hacen todos los días, coger la canoa para cruzar el río, te incrustas en la pequeña embarcación, y empieza el viaje. Lo que antes era la pista que llevaba al río, ahora es, en gran parte, el canal que lleva al río. Luego una explanada llena de carrizales y después de éstos (que se ven en la foto en segundo término) empieza el río propiamente dicho. En este tramo el marinero lleva la canoa con un palo tocando el fondo y empujando
El río Punguè en todo su explendor, con sus aguas repletas de sedimentos, corrientes, hipopótamos y cocodrilos. Para las embarcaciones éstos no son peligrosos, pero aquéllos sí, y mucho. Aquí se deja el palo y se coge el remo
Preparando las embarcaciones. Después de cada viaje hay que vaciarlas de agua, pues no son todo lo impermeables que se podría esperar de algo que va a cruzar un impetuoso río
Remando a toda máquina en la parte central del río, contra fuertes corrientes que arrastran la canoa río abajo. Primero se rema muy cerca del margen río arriba en aguas calmas, y una vez alcanzada cierta zona, se ataca el río perpendicularmente a su cauce y se rema rápidamente mientras bajas más metros de los que avanzas. Finalmente, y si los cálculos han sido buenos, se llega a buen puerto.
La chica se acaba de dar cuenta que se ve en la pantalla de mi cámara. Mi cámara está formada por dos partes que giran sobre un eje, de modo que puedes apuntar el objetivo y tener la pantalla en el mismo plano. Estas cosas les encantan, no están habituados a verse a sí mismos
La chica se acaba de dar cuenta que se ve en la pantalla de mi cámara. Mi cámara está formada por dos partes que giran sobre un eje, de modo que puedes apuntar el objetivo y tener la pantalla en el mismo plano. Estas cosas les encantan, no están habituados a verse a sí mismos
Tras cruzar el río, todavía quedan charcos que hay que vadear como se pueda. Estos charcos están conectados con el río, pero no siempre son navegables por las canoas, aunque sí por los cocodrilos
Obviamente en Vinho, la pequeña población cercana a Chitengo, están encantados de que el parque haya vuelto a la actividad y que haya un musungu inviertiendo mucho dinero; muchos tienen trabajo y otros muchos trabajos indirectos. Ahora casi todo el mundo tiene bicicleta (tras ahorrar una media de diez meses los 1200 meticales, unos 30 €, que cuestan) y ya hay un taller de reparación y un servicio de bici-taxi (te llevan en la parrilla hasta Nhamatanda a unas tres horas de pedaleo; desde luego el bici-taxista y el remero de canoas, podrían competir a alto nivel en muchos países occidentales, no hay más que verles).Típica bicleta de piñon fijo, con frenos de varillas rígidas, guardabarros, faro, timbre y sillín con muelles como la que conserva mi padre de su juventud
Se ha hecho mucho.Queda mucho más por hacer.