¿Que qué es todo esto?
Pues fácil.
Un grupo de consumo es un conjunto de personas que pagan por una serie de productos directamente a los productores, sin intermediarios que se queden con el trabajo de unos y las pelas de otros.
El grupo de trabajo son las personas que producen los productos que consumirán los consumidores (todo muy redundante). La mayoría son trabajadores del campo, ya que ellos producen lo único que realmente necesitamos.
Una vez al mes, más o menos, ambos grupos se unen en el lugar donde se producen los alimentos para ver cómo se trabaja y, en su caso, echar una mano. Como suele ser en sábado, pues se llama sábado verde.
La cooperativa Surco a surco, organiza todo esto a través de reuniones asamblearias donde se decide, por consenso, los pasos a seguir en todo el proceso.
Los procesos participativos y las reuniones asamblearias, como los que se llevan a cabo en estas cooperativas, tienen un ideario anarquista, aunque actualmente no se use esta palabra, ya que, décadas de desprestigio y desinformación, han cambiado, para la mayoría, el significado de este modelo de organización y gestión, por otra parte ejemplar cuando funciona, que no son pocas veces, pero como escapan de las leyes de mercado, son poco conocidas y nada difundidas.
La idea, básicamente, es comprar productos de gran la calidad y pagarlos de manera justa y directa a las personas que los producen.
Habitualmente son productos ecológicos, aunque no necesariamente certificados como tales (lo que a veces es un sin sentido: he visto en Madrid, productos certificados como tales, que provenían de Chile, Nueva Zelanda o California y he visto productos certificados fuera de temporada).
El sistema obvia los intermediarios, una de las figuras más representativas (y, en muchos casos, repugnantes), del sistema económico dominante.
En la mayoría de las conversaciones que tengo con la gente sobre productos ecológicos, la mayoría me dice que no los consume por que son muy caros e inaccesibles. Estos grupos de consumo, hacen más accesibles estos productos y, además, de manera más justa con los productores.
De todos modos, desde hace tiempo tengo claro que a la gente no le importa cómo se producen ni qué impacto tienen los productos que consumen, ni quién lo hace y bajo qué condiciones laborales, ni creen en los supuestos beneficios para su salud, por lo que el dinero no es más que una justificación (supongo que por una malentendida cortesía, no me dicen que pasan de todas esas cosas), así que hace tiempo que ya no trato de convencer a nadie, sino simplemente trato de que no me engañen, y lo que es peor, que no se engañen a sí mismos.
La diferencia económica entre productos ecológicos y producidos de manera justa y los "normales" no es tan grande como para que alguien con un trabajo estable (aunque tenga sueldo de mileurista), no pueda permitírselo.
Que cada uno se justifique como quiera, pero que no me cuenten milongas.
No es una cuestión de dinero, sino de dejadez y pasotismo. Pero, y sin querer ser proselitista, creo que deberíamos vencer nuestra desidia en aras de hacer un mundo más justo, más limpio y más sano.
Pues el caso, es que en este sábado verde en el que participamos, nos fuimos Mónica y yo con Lucía y dos amigos suyos, David y Sonia. Llegamos a un pequeño pueblo de Toledo, en el valle del Tiétar, La Iglesuela y desde allí nos encaminamos con un miembro del grupo de trabajo a la huerta, para echar una mano.
Nuestro cometido fue estercolar una parte de la huerta donde próximamente se van a plantar espinacas y coles.
Así que nos pusimos de mierda hasta las rodillas (literalmente) y echamos la mañana en el campito, en una estampa digna de cualquier película de esas donde un grupo de urbanitas va al campo a trabajar y se producen situaciones de lo más estúpidas.
Tras repartir mierda por todo el campo, nos invitaron a comer.
Ni que decir tiene que todo estaba buenísimo.
Para que no queden dudas, aclarar que el sábado verde estuvo muy bien y que el título hace referencia a nuestro trabajo en concreto, no a que fuera un mal día.
Tras los puerros y ante la perspectiva del trabajo a abordar, nos quitamos algo de ropa y cogemos las palas, azadas, horcas y carretillas
Mónica degusta el estiércol, mucho antes de que nutra los cultivos que, éstos sí, degustaremos todos los demás
Cargando carretillas con el montón de estiércol humeante
... el aroma no era precisamente embriagador...
... el aroma no era precisamente embriagador...
Unas lombardas con la sierra de Gredos al fondo bastante nublada. Tuvimos suerte de que no nos lloviera en todo el día
El día estuvo parcialmente nublado y eso deparó momentos de luz muy bonitos para hacer fotos, pero había tanta mierda que esparcir que no era el momento, por lo que no pude hacer muchas
La verdad es que, como consumidor responsable que trato ser, espero poder degustar y disfrutar de los productos de esta huerta y depender un poco menos de un mercado sólo preocupado por los beneficios.