19 agosto 2008

El último pueblo de Mozambique

La costa mozambiqueña del lago Niassa está muy poco poblada, siendo Metangula y Cóbuè, donde desembarcamos, sus principales pueblos.
Cóbuè es, por esta parte del país, el último pueblo de Mozambique, esto es, hasta Tanzania no hay ningún otro. Si miráis un mapa os daréis cuenta que todavía queda bastante país hacia el norte hasta llegar a la frontera.
Pero no sólo es que sea el último pueblo, es que es el último después de un buen trecho muy poco poblado. Hay casi cuatro horas en 4x4 a Metangula y otras dos por carretera normal (para los estándares de por aquí) hasta Lichinga, la primera ciudad que tiene gasolineras, bancos y aeropuerto.
Desde Cóbuè hasta Metangula no hay transporte público y nadie en el pueblo tiene coche, por lo que hay que esperar hasta que algún camión o furgoneta de reparto vaya al pueblo para poder salir de él.
Por supuesto eso no lo sabíamos de antemano.
Una vez en Metangula cualquier chapa te lleva a Lichinga en menos de cinco horas, pero no mucho menos.
Antes de que pudiéramos bajar del Ilala, un agente de migración se subió y se puso a comprobar nuestros pasaportes, pero como era tarde decidió acabar con los trámites en tierra.
Junto a otras cincuenta mil personas en un bote minúsculo, llegamos a la playa de Cóbuè, con un fuerte oleaje que hacía inútiles tus esfuerzos por no mojarte.
Nos metimos en el bar de Julius y sellamos nuestra entrada al país a la luz de nuestros frontales. Mientras nos preparaban un arroz con cabra (cualquiera dice que no come carne), conocimos a unos neozelandeses de una prospección de uranio, que nos preguntaban asombrados que qué hacíamos en ese lugar. La misma pregunta dirigida a ellos no mostraba menos asombro.
Una vez que nos alojamos en algo parecido a un hotel, nos sentamos a comer y Julius nos cuenta que no hay ningún vehículos que salga mañana, que la reserva de Manda (la respuesta a la pregunta de los kiwis) está inoperativa y que nos avisará si algún coche viene por si queremos irnos.
Bueno está claro que algún día querríamos irnos, y tal y como estaban las cosas, ese día iba a coincidir con la llegada del primer vehículo que nos pudiera sacar de allí.
A la mañana siguiente desayunamos con Julius y nos comunica que al parecer un vehículo llegaría ese día y podríamos ir con él a Metangula. Ante la falta de más información nos disponemos a esperar el transporte con todo preparado cuanto antes.
Tras unas cuantas horas esperando nos ponemos a jugar a las chapas.
Tras varias uñas encarnadas de tanto golpear las chapas, Julius nos dice que unos ingenieros surafricanos (parece mentira y sobre todo sospechoso, pero ¡también hacían prospecciones mineras!) han llegado a la playa y ante la imposibilidad de regresar por el lago debido a un fuerte temporal, van a venir a recogerlos por tierra y podríamos irnos con ellos.
A eso de las cinco viene un 4X4, nos montamos en la parte trasera y nos vamos. Casi dos horas después nos cruzamos con el vehículo que esperábamos jugando a las chapas.
En Metangula nos alojamos en un centro turístico (son muy comunes por todo Mozambique) y, con un hambre canino, nos disponemos a degustar una cena un tanto peculiar.
Nos ofrecen pescado o pollo, ambos los queremos con patatas, ante lo que contestan que van a "descascar" las patatas y éstos entienden que se van a pescar y tal y como está el lago, saltan raudos y veloces cambiando su menú a pollo, generando un desconcierto considerable en los ya habitualmente empanados empleados de hostelería de este país.
Durante la cena, confundimos unas piedras con pan y posteriormente confundimos el pan con piedras (¡estaba congelado!). Pedimos servilletas y nos dicen que es muy tarde y que las servilletas están muy lejos (sic) y que mañana tendremos un mejor servicio pero que hoy, ya es muy tarde.
Satisfechos por el pescado con patatas y sin pan, nos vamos a nuestros aposentos.
La chapa de Metangula a Lichinga, repostó gasolina en una casa donde, como es habitual, un lugareño almacena combustible en bidones plásticos. Mientras llenaban el depósito, niños se iban acercando al coche. Después de cada foto que hacíamos la algarabía era mayor. Los niños se subían al coche, lo tambaleaban y animaban como en un partido de baloncesto antes de tiro libre,, hasta el siguiente disparo. La visualización de la foto en la pantalla les volvía locos.
Según entraban los litros de gasolina y se llenaban las tarjetas de fotos, llegaban más y más niños, como sólo en un país africano puede suceder, saliendo niños de debajo de las piedras.
Reanudado el viaje, el conductor nos contó que se había corrido la voz por todo el barrio, que estaba Jesucristo y su madre en la furgoneta, motivo fundamental de la abundancia de niños alrededor. Se supone que yo era el primero, (blanco y con barba de tres días...) y Mónica mi madre (supongo que si la tradición cristiana tuviera más aceptada la realidad de María Magdalena, éste personaje le habría cuadrado mejor).
En Lichinga despedimos a Mónica que regresaba a sus obligaciones laborales y los demás nos fuimos a la isla de Mozambique, primera capital del país y lugar donde los portugueses montaron un fuerte militar y una de sus principales y más antiguas bases en el Índico.
La isla está unida al continente por un pequeño puente de tres kilómetros y está completamente en ruinas, menos un par de casonas rehabilitadas para el turismo, la iglesia y el fuerte que está en obras y no pudimos verlo.
Aunque parece muy interesante, supongo que hay que esperar unos años a que se restaure lo necesario y se habiliten hoteles y restaurantes, que además de ayudar en la recuperación del lugar, den más opciones para comer y alojarse. De todos modos el sitio merece una visita.
De aquí subiríamos hacia Pemba donde, en principio nos íbamos a alojar en una estación biológica, y así fue la primera noche, pero que por diversos motivos, preferimos dejar, para irnos a la zona de la playa de Wimbi, concretamente en el Russell's Place.
En Pemba la idea era ir a las islas de las Quirimbas, pero el presupuesto no da para más y menos cuando los precios de los alojamientos parecen un cinco estrellas en Sevilla en la feria de abril. Así que nos quedamos en la playa que se estaba muy bien y buscamos un sitio para ir a bucear.
Contactamos con un pequeño centro de buceo regentado por una inglesa, que aunque un tanto extravagante, parecía un buen sitio y más barato que la otra opción.
A la mañana siguiente, Brenda, que así se llamaba, nos fue a recoger al hotel y comenzamos a preparar nuestras cosas para las inmersiones concertadas.
Hasta que un coche con el loro a tope perturbó la paz interior de Brenda.
Ni corta ni perezosa, fue hacia el coche, se metió en él y quitó la música, regresando como si nada. Cuando los alucinados dueños del coche, así como del dudoso gusto musical, salieron de su asombro, irrumpieron en el centro de buceo, comenzando un forcejeo que quedó aplazado con un empujón de Brenda hacia un negro 2X2 (con llave maestra según el ángulo de visión de Álvaro) y ésta saliendo corriendo a por la policía. Cuando regresó con la fuerza pública, nos metió a todos en la oficina y empujando al oficial al mando cerró la puerta; momento en que decidimos como más que suficiente para cambiar de centro de buceo.
Después de una experiencia así, nadie en su sano juicio querría volver a tropezarse con Brenda, pero la vida da muchas vueltas, el mundo es un pañuelo y a veces es difícil no meterse para lo jondo, cuando ya estás en la boca del lobo.
Con el otro centro hicimos dos inmersiones muy espectaculares, como ya empiezo a estar acostumbrado en el Índico: Preciosos jardines de corales repletos de peces de colores acompañados por miles de invertebrados de todos los tamaños, formas y colores.
Se podría decir que el viaje acabó aquí, pero aún quedaba la vuelta, que sería muy larga para todos, aunque para algunos más que para otros.
Tras llegar a Nampula desde Pemba, después de ocho horas de autobús, me fui directo a comprar un billete de avión ante la espectativa de tener dos días más en machibombos cargados hasta los topes con al menos 12 horas en cada uno y sin la compañía de mis amigos.
A su vez Chus, Álvaro y Fran fueron a la estación de tren que les llevaría a Cuamba (12 horas), de allí una chapa a la frontera con Malawi, de allí varias matolas hasta Lilongwe (19 horas en total) y de allí varios aviones a España.
Total, interminables horas de transportes públicos que nos han dejado las junturas machacadas y las cosas muy claras: ¡el próximo viaje a África con 4X4 alquilado!

La isla Likoma frente a las costas de Mozambique, en Cóbuè


Amanecer desde la habitación del hotel


Chus con su famoso despertar incapacitante, durante el cual está imposibilitado para incluso abrir una botella a rosca, por floja que esté


Desde el restaurante de Julius, desayunando


Esperando el desayuno, posando para "foto messenger"


Otra que espera


El lago desde la playa de Cóbuè. A veces se pierde la perspectiva de estar en un lago y no el mar


Foto: Mónica López Conlon
Jugando a las chapas espero...


Esperando la chapa que nos llevaría a Metangula bajo la sombra de un baobab


La playa del lago en el centro turístico, donde se aprecian las olas que hicieron posible que llegáramos aquí


Foto de despedida de Mónica, se le ve contenta ¿no?


Inselberg en el camino entre Nampula e Ilha de Moçambique. Hay un montón de estas espectaculares formaciones rocosas en toda la zona, un auténtico paraíso para los escaladores por descubrir


Tras dar un par de vueltas de noche buscando un alojamiento decente, encontramos "A Casa das Ondas" una casa colonial muy bien restaurada con un mobiliario de época espectacular, habitaciones enormes y desayuno incluido en el patio trasero bajo las buganvilias, por menos de 10 € cada uno. Si alguien va por allí, es altamente recomendable


El malecón justo enfrente de "A Casa das Ondas"


La playa está llena de rocas y arrecifes antiguos que la hacen muy bonita pero poco apta para el baño


El fuerte desde fuera


Una calle de la isla


Una calle con soportales


En la plaza de Vasco de Gama


Una puerta cara al mar


Álvaro con una mujer "Macua" con la tradicional máscara blanca para protegerse la piel de la cara. En la actualidad, estas mujeres siguen poniéndose estas máscaras más para que los turistas les hagan fotos y cobrar por ellas, así que cuando me vio con la cámara vino enfurecida a pedir dinero, a lo que le dije que "eu estou a fazer fotos ao meu amigo, não a você".
Frente de Liberación de Mozambique, el partido que gobierna el país desde el fin de la guerra



Como una ciudad de gran influencia árabe, las azoteas y terrazas tienen gran importancia en las casas. Aquí Fran y Chus subiendo a la terraza de una casa restaurada como alojamiento


En el interior de la misma casa, donde cuelga un bote a modo de original sofá


Álvaro, un hombre feliz


Chus llamando a Ana


Álvaro y Fran, comiendo en "Reliquias", uno de los dos restaurantes para turistas en los que comimos


Palmeras en la playa de Wimbi, en Pemba

Y esto es todo del viaje con Fran, Álvaro, Chus y Mónica por Malawi y el norte de Mozambique, las próximas entradas serán del viaje a Tanzania con los padres de Mónica.

No hay comentarios: