Llámese como se llame, el caso es que este lago alberga mayor número de especies de peces que ningún otro lago del mundo, unas 1000 en 11 familias, donde predominan los cíclidos, los famosos peces de colores de acuario. El 90% de estas especies son endémicas y probablemente haya muchas especies más por descubrir y describir.
Y para visitar este asombroso lugar del mundo decidimos ir a Cape MacLear, sede del Parque Nacional del Lago Malawi, el único parque africano dedicado, principalmente, a un ecosistema lacustre, donde se incluyen un montón de islas, parte de la costa y 100 metros de agua adentro alrededor.
Nos alojamos en "Geko Lounge", uno bonito sitio donde pillamos dos casitas a buen precio a escasos metros de la playa. Desde allí fuimos a nadar, kayakear, bucear y hacer apnea para ver a los peces de colores. Entre ellos, vimos a uno que cuidaba de su prole que, alarmada por nuestra presencia, se metió en la boca de su progenitor, que se quedó con cara de aguantarse el vómito, pero sin poder taparse la boca con las manos. Este comportamiento parece que está muy extendido en muchas especies del lago.
Para amenizar la tarde, el capitán del barco y su grumete nos pidieron dinero para comprar peces para ver pescar a las águilas pescadoras y les dijimos que no porque no queríamos alimentar a los animales, a lo que nos contestaron que no era para los animales, ¡era para las águilas! (sic).
El kayak se me hizo más corto de lo que me hubiera gustado, apenas unas horas por la tarde, debido sobre todo a que comimos en el restaurante de "Thomass", fan del Real Madrid que empieza a pelar patatas cuando le pides la ración de las mismas, por lo que la paciencia de los comensales se pone a prueba tras cada pedido.
Pero el caso es que mientras disfrutábamos de la navegación hacia la isla de Mumbo e íbamos recitando algunos de los maravillosos lugares del mundo donde sería increíble hacer una ruta en kayak, iba denotándose quien no se uniría a nosotros.
Hay rumbos que no los endereza ni el mejor timonel...
Fueron unos buenos días para sacar el jamón, el queso y demás ibéricos en medio de un ambiente básicamente de mochileros anglosajones comiendo pienso.
Para seguir disfrutando del lago y, a su vez, encaminarnos a Mozambique, cogimos un barco en Monkey Bay, que cruza todo el lago de sur a norte, haciendo un continuo zigzag entre las dos orillas, ya en Malawi, ya en Mozambique o Tanzania.
El "Ilala" es un barco de tamaño medio con tres cubiertas, la última tipo terraza reservada para turistas a los que les gusta que les dé el sol.
Salía a las 10:00, pero con los retrasos habituales en África (o quizá no tan habitual) salimos a la 13:30.
Y ya antes de que zarpara el barco, teníamos motes para todos los "tonto-turistas" que colmaban la cubierta.
Y ya antes de que zarpara el barco, había unos cuantos "tonto-turistas" que estaban borrachos y andaban como si estuviéramos navegando con una fuerte marejada.
Como el barco solo sale un día a la semana desde Monkey Bay, ya que tarda siete días en regresar al punto de partida, el oficial de migración no estaba en su puesto (¡para un día semanal que tiene que estar!), así que nos fuimos sin sellar la salida del país, cosa que me intranquilizó bastante, hasta que unas cuantas horas más tarde (3:00) en Nkhotakota, paramos; subió un agente de migración y mientras nos sellaba la salida a golpe de caucho, decenas de barquitos a remo se acercaban al buque en una suerte de abordaje con pateras a la luz de los candiles, bajo un inclemente viento y un frío considerable.
Con el sello en mi pasaporte, ya pude dormir a pierna suelta hasta que, al amanecer, las olas mecían al barco de un modo tal, que las cosas empezaron a caer sobre nuestras cabezas en la mejor versión del despertador de Mortadelo y Filemón.
Afortunadamente Álvaro y Chus se habían atado para no caer por la borda, cosa que tampoco sucedió a ningún pasajero sin atar.
El trajín en los puertos a los que arribaba el Ilala era impresionante, con mucha gente subiendo y bajando en cada uno, tanto en los botes oficiales del barco, como en otros muchos barquitos, canoas, faluchos y balsas de fortuna que aprovechan la necesidad de la gente para sacar un extra al paso del ferry.
Tras 24 horas de navegación, ya solo quedarían cinco más para nuestro destino, que empezaba a adivinarse por la vista de la isla Likoma, perteneciente a Malawi pero en aguas de Mozambique y a escasa distancia frente a la costa de este país.
El desembarco fue sublime.
Ante una puesta de sol que arremolinó a todos los turistas del barco en la popa de la cubierta superior con cámaras de todos los tamaños, los pocos que nos bajábamos en Cóbuè nos apresurábamos y agolpábamos en los botes del Ilala para llegar a la costa cuanto antes, ya que en estas latitudes, el sol cae muy rápido y la oscuridad más negra se hace en escasos minutos.
Lo que nos encontraríamos allí no es que sea inenarrable, pero sí increíble, y aunque cierto, yo mismo me reí de lo surrealista e inverosímil de la situación cuando leí la magnífica y sucinta descripción que de ella hizo Fran en su diario de viaje.
Estaba claro, podíamos disfrutar de los peces, hacer fotos, pasear, dar de comer a las águilas, pero no...
Ya en la costa de Mozambique, Metangula es un pueblo que vive pendiente de la visita semanal del Ilala. El ajetreo es considerable
Álvaro, pensativo y con la mirada perdida en el horizonte... está claro que es un hombre sumamente interesante
La siguiente entrada ya transcurrirá en Mozambique y, a no ser que haya peticiones en contra, será la última de este viaje.
1 comentario:
enhorabuena, me encanta la naturalidad con que lo comentas, como el que pasea por la castellana, pero tu estás a miles de kilometros, en lo que considero alejado de la civilización. Quizás so y demasiado cobarde para atreverme a lo que tu haces y tal vez por eso me ha encantado leerlo.
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