Por simplificación, viaje con destino a África para ver su fauna salvaje.
Simplificando más, ruta a pie o en vehículo a motor por el interior de un parque o reserva para disfrutar de la fauna salvaje sin matarla, que por muy salvaje que sea, siempre lo serás tu más si lo haces (y si lo haces ya no se llama safari... que cada uno ponga los nombre, y adjetivos, que considere más oportunos al incongruente hecho de disfrutar de los animales matándolos).
¡Vamos! simplificando, que ya he hecho unos cuantos safaris de esos del tercer apartado, y ya va siendo hora de que ponga algunas fotos de lo que he visto, cuente algo al respecto y me deje de tanto rollo.
Allá va un recopilación de los mejores momentos vividos en estos cuantos safaris, unidos y mezclados a modo de superéxitos anuales:
Nos subimos en un Toyota Land Cruiser adaptado de tal modo que cuenta con once plazas, dos normales para el guía y acompañante (últimamente ése soy yo) y otras nueve en una especie de bancas elevadas sobre la parte trasera de la cabina del vehículo, que hacen que vayas bastante por encima de lo normal, mejorando mucho la perspectiva y la visibilidad.
Salimos por la puerta. Aunque hay quien dice que no se pueden poner puertas al campo, la verdad es que la mayoría de los parques africanos están vallados. En Gorongosa todo el perímetro del campamento de Chitengo está rodeado por una fuerte valla protegida por distintos guardas.
¿Todo?
¡No!
En un extremo y protegido por nada, resiste ahora y siempre, un pequeños grupo de tiendas a toda invasión animal exterior.
Una vez fuera de Chitengo empieza oficialmente el safari.
El guía pregunta a los turistas si tienen algún interés en especial, refiriéndose a los animales ¡claro! y la gran mayoría contesta leones o elefantes (a falta de tigres...)
Así que al doblar el primer baobab, Toni, el guía zimbabuense al que deberían subtitular, se baja extasiado del coche (está prohibido así que nadie le sigue), coge una minúscula, irrelevante y discreta flor; la huele; la mira; la vuelve a mirar, y con su media sonrisa se la enseña a los asombrados turistas que todavía miran a todos los lados en busca de leones y elefantes mientras acompasan su taquicárdico corazón.
Así transcurren las primeras horas de los safaris de Toni, extasiándose en los pequeños detalles, mientras la paciencia de la gente va disminuyendo, las ganas de ver animales grandes aumentando y las bradicardias sustituyendo a las taquicardias.
Todavía en la parte de bosque, se da la típica escena de las películas donde el coche del bueno corre y cruza un paso a nivel justo antes de que pase el tren, que es el punto culminante de una evolución que va desde los perros callejeros empeñados en parar todo coche que se cruce en su camino, hasta los facoceros que corren delante del coche para, con un giro de cintura que ni Romario, cruzarse cuando menos te lo esperas.
Se escuchan los gritos de los babuinos, se ven las cabriolas de los monos, los saltos de los antílopes, se huelen las mierdas de los grandes animales y se sienten la meadas de las cícadas.
El Parque Nacional de Gorongosa, cuenta con 74 tipos de vegetación diferentes, lo cual es mucho, y lo cual hace que tenga una gran diversidad vegetal y en consecuencia, animal; de ahí su gran interés.
Como ya sabéis la fauna está bastante mermada, aunque apenas se han extinguido completamente unos pocos animales, pero la vegetación y los paisajes permanecen bien conservados.
El parque se compone de un tipo de bosque semideciduo tropical, llamado miombo, en las zonas altas no inundables , y grandes praderas inundables en las zonas bajas cercanas a las cuencas de los ríos. Entre ambos hay todo un gradiente que debe tener los 72 tipos de vegetación que me faltan (¿o pensábais que iba a describir todos eh? ¡que ya estábais asustados!)
Las praderas inundables o llanos de inundación, se parecen a las famosas praderas llenas de animales de los documentales, sólo que no están tan llenas y que los animales no tan famosos como las zebras, los búfalos o los ñues (esos a los que se comen los cocodrilos cuando cruzan el río Mara), como antílopes sable, jeroglífico, de agua, oribi, impala, niala, cudu y un largo etcétera.
Además, el parque cuenta con más de 450 aves, 80 reptiles, 30 anfibios y 370 árboles diferentes confirmados (¡o por ahí!).
Después de estar extasiados por las hormigas matabilli, los escarabajos peloteros, nidos de espuma de las ranas nido de espuma, mil y una flores y tras revisar toda huella, excremento o señal más o menos de procedencia animal no dudosa, se llega a donde están los animales en grandes cantidades, justo antes de sufrir un motín a bordo.
Entonces llega el momento en que nos tropezamos (y nunca mejor dicho) con una boñiga de elefante.
Toni para el coche, abre la puerta, estira el brazo, mete los dedos, se los huele y da su veredicto en forma de período temporal, cuya longitud está inversamente relacionada con el ímpetu del deseo de ver el presuntamente cercano, en el espacio y el tiempo, autor de ese ¡montón de mierda!
Este artefacto teatral de todo guía que se precie, hace aumentar las ganas de ver el animal objeto de anhelo y se va alimentando sabiamente a lo largo de todo el recorrido, ¡digo! safari, con pequeñas dosis en forma de pistas, más o menos escatológicas.
Un poco más allá se encuentran unas huellas, seguimos y de nuevo una boñiga, más adelante unas ramas rotas (todas las ramas rotas de los 4000 Km2 del parque las han roto los apenas 200 elefantes que tiene), tras un pequeño bosquete nos topamos con más huellas, boñigas y ramas rotas todo junto y revuelto, o no.
La gente suspira emocionada como invocando a todos los elefantes del mundo.
Los elefantes barritan acongojados como invocando la invisibilidad.
Pasan los facoceros, las flores y los escarabajos peloteros y seguimos sin avistar elefantes.
Toni, para cortar la tensión, explica que vamos a ir a unas pozas del río Urema donde recientemente se han visto hipopótamos.
Distinto objeto, mismo proceso: visualización de huellas e imaginación de la escena con movimientos de capoeira incorporados, tropiezo con boñigas, manoseo y olisqueamiento de las mismas, y encuentro con la senda por la que bajan, casi que resbalando, los irascibles paquidermos .
En una pequeña poza cubierta de lirios acuáticos con bellas flores lilas por donde revolotean las jacanas y pululan las libélulas, asoman las orejas, los ojos y la nariz de varios hipopótamos, poco después asoma el lomo y otro poco después se sumergen de nuevo.
De los turistas gringos se escucha invariablemente (transcripción fonética): ameisin!... Ni más; ni menos.
De los turistas surafricanos e ingleses, variablemnete: ekselen! interestin! greit! guondarfal! marvalious! y a veces también, emaisin!
Tendemos a asociar lo gordo con lo afable y bonachón, pero lo cierto es que los hipopótamos son el animal africano que más muertes causan al año en todo el continente.
Después de ver los hipopótamos, y después de apaciaguados los momentos de emoción, la gente recuerda sus anhelos originales: quieren ver leones o elefantes, si no ambos.
De modo que hay que usar técnicas más agresivas para que los elefantes se manifiesten.
La siguiente boñiga, (¡es increíble la cantidad de boñigas de elefantes que puedes ver con los pocos que hay!, va a ser verdad lo de las ramas), es la oportunidad perfecta para acometer esta nueva técnica.
Para el coche, abre la puerta, ¡desciende del coche!, coge un puñado de estiercol paquidérmico, se asombra de los caliente que está (claro toda la mañana al sol tropical...) y se lo pasa a todos los turistas para su verificación manual o digital, según los escrúpulos de cada uno.
Las caras de los turistas dan para un estudio sociológico o coprológico, según en lo que te centres... aunque bien pensado no creo que haya mucha diferencia.
El tiempo se acaba, y aunque hemos visto en una mañana más mamíferos terrestres de tamaño medio grande que en toda mi vida en Suramérica, la gente se va con la única idea de que no han visto elefantes (a pesar de los innumerables y aromáticos indicios) ni mucho menos leones (sin indicios numerables ni aromáticos).
La continua verificación de la temperatura boñigal nos ha retrasado y hay que volver rápido, ferrari safari, dice Toni entre risas complacientes y condescendientes de los defraudados turistas.
Sin embargo, un turista surafricano que ha estado una vez en Kruger y con más vista que el que vendió el politono del ¿Por qué no te callas?, ve escondidos detrás de unos árboles a cuatro elefantes cuando íbamos a cincuenta por hora.
Claro, ahí sentados leyendo esto, pensaréis que ¡cualquiera se salta cuatro elefantes!, pero os aseguro que a más de cien metros de la carretera, a unos cincuenta kilómetros por hora y en una zona de bastante vegetación, ver cuatro elefantes agazapados, tratando de pasar desapercibidos después de la que han montado por todo el parque, no es moco de pavo, o caca de elefante.
Las consecuencias del furtivo avistamiento suponen la felicidad del grupo y el regreso a Chitengo se torna alegre y relajado.
Toni se gana su propina.
Y ahora las fotos que, más o menos, verifican todo lo escrito (más o menos porque se me ha estropeado el zoom de la cámara, así que...)